lunes, 5 de junio de 2017

Enrique I "El Grande"

Paco Mora/Aplausos/ Fotografía:Andrew Moore
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Tardará tiempo en nacer si es que nace un torero tan rico de aventura, capaz de abrir la puerta de la calle de Alcalá treinta años después de haber debutado con picadores. Triunfo apoteósico, de un Papa del Toreo, que tantos años después sigue creciendo en sabiduría, valor y arte.

Día 2 de junio del año 2017. Dato para la historia del toreo. Un valenciano, Enrique Ponce, sale en hombros por la Puerta Grande de la Monumental de Las Ventas con los sones del pasodoble Valencia como fondo. Una multitud enfervorizada lo rodeaba como un bosque humano que celebraba un día grande para el toreo en la primera plaza del mundo. Tardará tiempo en nacer si es que nace -manes de Federico García Lorca- un torero tan rico de aventura, capaz de abrir la puerta de la Calle de Alcalá treinta años después de haber debutado con picadores.

Triunfo apoteósico, de un Papa del Toreo, que tantos años después sigue creciendo en sabiduría, valor y arte. Porque digámoslo de una vez, Ponce es además de todo lo que se le reconoce de conocimientos, entrega y arcangélico temple torero, un valiente a carta cabal. A su segundo toro, sólo el de Chiva es capaz de cortarle una oreja, porque tenía todas las condiciones para que cualquier torero abreviara y se lo quitara de en medio con rapidez. Pero el toro había tenido mucha suerte en el sorteo, y ha perdido en su ruda pelea una oreja que junto con la cortada -para mí dos- a su primero, mucho más posible y colaborador, aunque también con los ribetes de dureza que da la casta, ha demostrado que el temido público de Madrid es pan candeal cuando se le da verdad y torería de la mejor calidad.

Indiscutible: Enrique Ponce, un torero de época, pero de una época muy larga. Un torero para la Historia con mayúsculas. Tenía que echar Domingo Hernández una corrida brava y encastada de verdad para que Madrid proclamara su estentóreo “¡Habemus Papam!”, después de tantas tardes de aburrimiento. Pero es que hoy don Domingo ha echado por tierra muchos mitos. El primero, que los kilos -casi todos los toros pasaban de los 600- no son los culpables de que los toros se paren o rueden por la arena. La culpa de ese desastre que venimos presenciado la mayoría de las tardes de este San Isidro es la falta de bravura y de casta. Y hoy la corrida de Hernández ha sido brava y encastada, y se ha movido de manera incansable, de tal manera que Enrique Ponce ha podido dar su auténtica dimensión de torero grande entre los grandes de todos los tiempos, desde que un bendito loco se puso por primera vez ante el “uro” medieval con un trapo en la mano.

David Mora ha estado toda la tarde valiente y entregado, y Varea -al que por culpa del aire y su bisoñez se le ha ido el mejor toro del encierro- ha apuntado condiciones para ser gente en esto del toro, pero… Es que hoy era una tarde señalada por los espíritus ancestrales del toreo para que Ponce rindiera Madrid a sus pies definitivamente.

¡Qué suerte tenemos los de mi generación de haber podido vivir todavía, antes de entregar la piel a la dictadura de los años, esta tarde gloriosa para el toreo!

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