domingo, 17 de abril de 2011

Manifiesto en defensa de la Fiesta / Por Ignacio de Cossío

La bandera de España con el toro bravo es un símbolo que nos une a todos los españoles en la defensa de nuestras señas de idéntidad.
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Manifiesto en defensa de la Fiesta

Por Ignacio de Cossío
Sevilla, 17 de Abril de 2011
Queridos lectores me veo en la obligación de manifestarles, tras las numerosas cartas y correos electrónicos recibidos en estos últimos veinte años en la profesión de crítico taurino, mis mejores argumentos para una firme defensa de la fiesta de los toros hoy tan perseguida y desde tan distintos flancos.

Mi intención será la de rescatar las conclusiones más destacadas y relevantes que se han pronunciado acerca de la tauromaquia según mi particular punto de vista, tarea ardua de resumir en apenas treinta minutos, pues son muchas las materias que se desarrollan sobre la fiesta a lo largo de su dilatada historia.

La ética y la moral están siempre referidas a la relaciones entre los hombres, no entre los hombres y los animales. Así lo afirmaron y lo defendieron dos grandes filósofos como José Ortega y Gasset en la década de los años treinta del siglo XX y en propio Francis Wolf a comienzos de este nuevo siglo XXI, y nada durante este periodo parece haber cambiado.

El gran filósofo francés nos alerta del riesgo de caer en la trampa y la sinrazón que supone la personalización animal. Entre los hombres cuando la relación es buena se dice que son éticas, pero con el animal solo existe y predomina la relación utilitarista, que es cuando el ser humano se sirve o hace uso, bueno o malo, de los animales para realizar una labor o tarea que le reporte bienestar. La ética está por encima de dicha relación. Algunos aseguran que la fiesta cumple una cierta ética entre sus procedimientos, aunque esto suponga la antropomorfización del animal. Los antitaurinos se equivocan de pleno al asegurar que el toro sufre y se le martiriza en cualquier momento de la Lidia, pues como bien es sabido por todos, al toro como a cualquier animal de la tierra no se le pueden atribuir cualidades humanas que no le pertenecen. Aunque también y de la misma manera quedemos en evidencia los taurinos al afirmar que al toro se le da la oportunidad de luchar o que el toro combate noblemente demostrando por ello una valentía extraordinaria, vuelven a ser argumentos basados en la antropomorfización, si bien lo usamos de manera figurada.

No nos recreemos en la lírica y en la poesía tantas veces socorrida en estas lides y centrémonos por un instante en lo clásico y ortodoxo del ritual del toreo. El astado simplemente cumple la función que le ha asignado el hombre, por ello los ganaderos de reses bravas lo crían y lo multiplican. No cabe la menor duda de que el toro es una creación humana, según Salvador Boix y la única aportación española a la zoología mundial, como también lo afirmaba el Dr. Félix Rodríguez de la Fuente. Por tanto hablemos del toro de lidia como un producto cultural vivo sin la posibilidad de discernir ni escoger nada, sin esa selección, sin ese fin reflejado en las corridas de toros, esta raza no existiría y desaparecería de nuestras dehesas, al igual que le sucedería al caballo de carreras o las razas finas de perros. Los toros no nacen debajo de las encinas centenarias, tras ellos se acumulan siglos de escrupulosa selección y cuidados con la única finalidad de servir y vincularse a un espectáculo en concreto. Sin él no tendría razón perpetuar dicha especie en los campos y haciendas de nuestra España.

Con el toro no sólo salvamos su raza. Con él protegemos, salvamos y perpetuamos un ecosistema único: la dehesa mediterránea, paraíso y vergel de más de medio millón de hectáreas en la península en donde encontramos a cientos de especies animales y vegetales protegidas o en peligro de extinción como pueden ser: el águila imperial, el lince ibérico, la cigüeña negra, el sapillo partero ibérico, la codorniz torillo, el buitre negro, el palmito o la peonía. El toro juega un papel clave como guardián del último paraíso ibérico, de la última frontera frente a la especulación inmobiliaria, del último oasis de vida salvaje de nuestra España en donde aún permanece el misterio de lo cotidiano frente al balanceo magistral de la vida y la muerte sujeto por un soplo de incertidumbre.

No puede interpretarse como una tortura o un acto de sadismo el asistir a una corrida porque volveríamos a caer en la simbología humana, ya que es un ritual donde el protagonista es un animal que experimenta reacciones instintivas previamente manipuladas por el hombre. Otra cuestión sería la tanta veces interrogada sensibilidad ecologista de nuestro tiempo, en donde califican de crueldad el toreo al realizarse a un animal supuestamente indefenso. A más de un ecologista me gustaría ver de frente a un toro que se le arranca a medio metro de distancia. La moral no puede ser única, obtusa y además impuesta. Lo que a mi me repugna en otros ámbitos de la vida cotidiana como ciertos tipos de modos y modas puede ser perfectamente aceptado por otros individuos a los que respeto y debo respetar como espero que ellos actúen en justo cambalache. Así pues considero que una persona debería ser libre para poder ir o no ir a una plaza cualquiera de toros.


Dos catedráticos brillantes como Esteve Pardo y Muñoz Machado nos aproximaron tras un congreso celebrado en Sevilla recientemente, a los derechos del toro y yo me pregunto aún cuales son. Todo derecho conlleva una obligación, una responsabilidad y creo que el toro como cualquier otro animal, repito, incumple en más de una ocasión desgraciadamente esta segunda parte. Cuando el toro cornea a un banderillero deberíamos juzgarle y meterlo en la cárcel como homicida; cuando un semental muriera de viejo en la finca, las vacas tendrían que cobrar una pensión de viudedad. Es un auténtico disparate atribuir y buscar derechos entre los animales; es más, cuando presenciamos en la plaza a algún aficionado ilustrado que nos recuerda que el toro debe lidiarse en puntas pues cercenamos sus derechos e integridad, lo que pretende decir y revindicar realmente es la calidad propia de un espectáculo singular desde el punto de vista de un consumidor asiduo a los festejos taurinos.

El toro, cuando acude a recibir el segundo puyazo no lo hace como acto de coraje, pundonor o razonamiento de tipo moral, lo hace simplemente por una reacción instintiva y nada más. Nació como un guerrero para combatir y morir combatiendo, el resto es todo adorno. El toro esta destinado para un fin determinado y créanme si les digo que es mucho más digno frente al deparado a los pollos broiler en interminables naves de engorde, las langostas en acuarios, los canarios en jaulas, los patos para foie y los ratones de laboratorio, entre otros. Su muerte en la plaza es la menos siniestra y mísera de todas las acaecidas en las especies domésticas desde el punto de vista de quien lo ve. Desgraciadamente muchos conservacionistas nos intentan presentar los mataderos como si fueran casi hospitales de beneficencia y yo no recuerdo nada más sórdido que el proceso de ejecución de un animal en un matadero. Es lógico también pensar que todos los animales mueren en manos del hombre como así ha trascurrido en todas las culturas y en todas las civilizaciones, pues si no el mejor adaptado a su vez nos haría pedazos. La hipocresía y los absurdos complejos y prejuicios de nuestro tiempo, no permiten afrontar la muerte de frente, enseñarla, mostrarla, cuando es lo más natural del mundo. Aunque se prohibiesen las corridas de toros se seguirán matando a los animales, es ley de vida y la vida es así de dura, y cruel.

A veces depende del animal o especie, Si es una rata no nos importa acabar con su vida de manera inmediata, es decir hay especies que nos molestan o que nos repugnan o que simplemente se permite que sean sacrificadas para comer. Nos hallamos ante una pura hipocresía, pues reconocemos que matamos a los animales pero algunos están dentro de los parámetros decentes y comprensibles y otros no, todo ello dentro del tan manido “políticamente correcto”. Si tuviéramos que darles derechos a los animales deberíamos hacerlos extensivos a todos, por muy asquerosos, peligrosos o apetitosos que nos resulten.

Si se prohibiese la tauromaquia, debería hacerse lo mismo con la equitación, la pesca, la caza, el tener animales domésticos en las casas, porque los animales no querrían estar en ese proceso de esclavitud o acoso. Lo verdaderamente escandaloso es que dicha exhibición de la muerte se haga en público. En el caso de Cataluña, aunque pongan pretextos animalistas, se ha hecho por causas y argumentos claramente políticos y partidistas. El hecho de que protejan de manera incongruente a los “correbous” del valle del Ebro deja palatina constancia que el toro bravo es lo que menos les importa.

A lo largo de la historia han existido tres tipos de antitaurinismos: El católico cristiano; el económico y el animalista. Al ya obsoleto antitaurinismo católico cristiano le escandalizaban los toros porque el hombre exponía su vida. Sus cuestiones eran puramente filantrópicas. El antitaurinismo económico defendido por Jovellanos y todos los ilustrados del S. XVIII pensaba que la fiesta de los toros era un derroche económico, pues para ellos el pueblo español en vez de trabajar se dedicaba a ir a las corridas. Era un época en donde resultaba mucho más rentable roturar los campos para obtener cosechas que tenerlas sin roturar para criar toros. Ésa razón tampoco la maneja ningún antitaurino de nuestra época que se precie en serlo. El último caso de antitaurinismo el animalista, presuntamente defiende al animal hasta sus últimas consecuencias. En nuestro tiempo se sobrevivimos absorbidos por una sociedad protestante en donde no hay una diferenciación entre el hombre y la persona, al contrario del mundo católico; imbuidos en una sociedad industrial en donde se nos aparece la exaltación del animal, pues en ella apenas aparece ni se convive con él. Es por tanto la mitificación de la propia ignorancia. A todo ello hay que sumarle el gran altavoz mediático que ha significado la alianza de este último caso de antitaurinismo animalista con los medios de comunicación, especialmente a través de la televisión, que dicho sea de paso sigue dominada por una sociedad de mentalidad anglosajona en ocasiones hipócrita con nuestra fiesta frente a sus guerras libertarias y ejecuciones de silla eléctrica.

Existe curiosamente un gran culto y respeto a lo moderno en nuestra sociedad en detrimento de lo antiguo y tradicional, que se ve atacado por muy bueno que sea.

A pesar de todo, sin apenas publicidad y teniendo todo en contra, la fiesta cuenta con un gran elenco de personalidades culturales de máximo nivel como García Lorca, Dalí, Picasso, Alberti, Miguel Hernández, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Ignacio Zuloaga, Dámaso Alonso, Miró, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela, Hemingway, Orson Welles, Fernando Botero… que supieron o saben ver en los toros una rica fuente de inspiración creadora. La fiesta en su belleza conmovedora y en su esencia es portadora de valores eternos. Comparado con el otro gran espectáculo de masasen la actualidad, el fútbol, nos preguntamos: ¿ Cuantos cuadros, poemas, composiciones musicales ha inspirado el mundo futbolístico? Al final uno se da cuenta la fuerza de los medios para aupar algo que sin su ayuda diaria prácticamente desaparecería en contraposición de los toros que sin apenas patrocinios y publicidad continúa en auge. Es algo milagroso ciertamente, no hay mejor y sobre todo tan fiel afición, que hace todo lo posible por asistir a una corrida a veces buscando el entretenimiento y a veces consolándose de sus situación haciendo uso de ese gran paño de lágrimas que también tiene la fiesta, motivo de un estudio sociológico en toda regla. En los años cuarenta no había que comer pero el público iba a los toros a ver a Manolete. No existe una sociedad perfecta y sin “vicios”. Es el desconocimiento del ser humano o mejor dicho la libre interpretación que tienen algunos del tan manido “vicio” y las “malas costumbres” como nos quieren hacer ver los nuevos moralistas e iluminados de nuestra sociedad. Si seguimos sus doctrinas mucho me temo que nacerá un monstruo de todo ello. Hablamos en definitiva de formas de ser y de divertirse en libertad.

La tauromaquia es un arte que inspira a otros, los toros son cultura en sí mismo, la fiesta tiene una belleza intrínseca, posee una ciencia denominada tauromaquia, poseedora de una técnica; justifica la cría de una raza única y además ejerce como una escuela de buenas costumbres y escala de valores hoy en peligro de extinción en nuestra sociedad y que se puede confirmar a diario en una feria de cualquiera de toros. Es la cosmología perfecta, yo diría que es una explicación del mundo: el yo ante el mundo que viene a destruirme con sus peores fuerzas, pero gracias a mi valor y mi inteligencia las venzo, siendo el más débil.

No deberíamos ocultar el gran factor económico que supone la celebración de las corridas de toros. El toreo mueve muchísimos miles de millones de euros en nuestro país, sin subvenciones del estado. Si analizáramos los cientos de oficios vinculados directamente al toro veríamos como cientos de ciudades, especialmente en el sector de la hostelería subsisten durantes sus ferias gracias al él. Si no díganme que sería del ambiente de la Feria de San Isidro de Madrid, la Semana Grande de Bilbao, la Feria de Sevilla, la Feria del Toro de San Fermín o la de El Toro de la Vega de Tordesillas por citarles cuatro que sin sus toros perderían la gran mayoría de sus visitas por estas fechas señaladas en el calendario. Sería como quitar Wimbledon en Londres o Roland Garros en Paris. No mencionemos tampoco que siendo el segundo espectáculo de masas en este país es el espectáculo que más dinero ingresa en las arcas del estado con un 18 % de iva frente al cine que es de un 8 %. Pero al cine se le mima, se le escucha, se la mantiene. A la Fiesta se la persigue.



El toreo ha experimentado una evolución en donde priman más los elementos estéticos, obviando otro tipo de elementos. La corrida primigenia del S. XIII estaba basada en el riesgo, la corrida del S. XIX estaría más basada en el dominio y la del S. XX, esta más basada en la estética, aunque todo esta en un equilibrio ciertamente tambaleante. De repente en una tarde cualquiera sale por chiqueros un barrabás de toro y le parte la femoral a un torero, ahí mismo se detiene y se acaba la estética, vuelven el riesgo y la muerte a ser protagonistas sin que nadie lo pueda remediar. En ese momento el toreo se aparta de todas las artes contemplativas y escénicas, pues ellas están basadas en una mera representación en donde en realidad no pasa nada. En el toreo todo tiene un cariz opuesto, todo pasa improvisadamente y nada se representa. El encanto de la fiesta de los toros es que no es un espectáculo de fantasías, aquí todo sucede de verdad y los actores a veces mueren para no regresar jamás.

El toreo comparte elementos del teatro, el deporte, la música, la pintura y la danza, pero son diametralmente opuestos. El toreo como mejor se explica es poniéndolo en contacto con las religiones, quizás la más pagana de todas si quieren ustedes, pues la corrida moderna tiene tres siglos de antigüedad nada más, pero hereda indisolublemente toda una mitología muy antigua, más incluso que el deporte, a pesar de los excesos verbales que se puedan producir cuando se gana una copa del mundo. Es una extraña religión que se basa en la exaltación del genio humano. Posiblemente este sea el motivo por el cual las nuevas visiones antihumanas y pseudos ecologistas deseen destruirlo, al ser precisamente eso, una exaltación del propio ser humano. En el ruedo se representa un hombre bajo la sombra de su propia soledad existencial frente a unas fuerzas desatadas de la naturaleza que le quieren destruir y que siendo mucho más fuertes que él no logran mermar su voluntad de imponerse. Por ello de igual forma y casi al mismo tiempo, el hombre, a base de ingenio y lucidez, con un trapo llega progresivamente durante una faena a dominar al toro. Cuando esto ocurre queda patente que el hombre es el ser supremo por excelencia y que con su imaginación y capacidad domina la naturaleza completamente. No es fácil ser ajenos a las nuevas teorías y corrientes ilustradas que pretenden que la naturaleza prevalezca sobre el hombre, deshumanizándolo y convirtiéndolo en un animal carente de principios para luego poder ser manejado según sus “antojos ideológicos” sin capacidad de discernir. Esto es incongruente a todas luces pues se olvidan de lo que verdaderamente nos diferencia del resto, que nos es otra cosa que nuestra mayor virtud reflejada en aquel soplo divino llamado inteligencia.

Siendo el toreo una religión exaltadora de lo humano, nunca ha tenido problemas con la religión católica. Los Papas de la antigüedad, con Pio V a la cabeza, cuando criticaban o excomulgaban por celebrar festejos taurinos solía ser porque un hombre se jugaba la vida, nunca teniendo en cuenta criterios actuales. La Santa Madre Iglesia, y las corridas de toros persiguen un mismo objetivo: la exaltación de los valores humanos, unos en un templo de una forma solemne y otros dentro de una fiesta y de un caos organizado que son los toros. Son el valor, la inteligencia, la estética, la gracia, la heroicidad, la magnanimidad, la autenticidad, la compasión, la generosidad, la pasión, el sentimiento, la sencillez, la creatividad, en definitiva el triunfo del hombre sobre la naturaleza. Evidentemente, la fiesta tiene un mensaje ético pero no para con el toro, que representa el caos y el mal que es vencido por el hombre. El mensaje ético que tiene la fiesta es la supremacía del hombre a través del brillo de las virtudes más apreciadas desde la antigüedad, por eso es una fiesta muy humanista.

Cometeríamos un error si pretendiéramos evitar, suplantar o esconder los elementos más bárbaros en apariencia en pro de un espectáculo más descafeinado pero políticamente correcto. Dulcificar una fiesta haciendo que al toro no se le mate en el ruedo como sucede en Portugal y como algunos políticos han insinuado, no se puede consentir de ninguna de las maneras; se desvirtuaría totalmente. Es un acto de hipocresía absoluto, y pregunto. ¿El toro una vez lidiado para que sirve? Para llevarle a un matadero y morir electrocutado o acuchillado en silencio, y todo para que no se exhiba su muerte en público, así el acto hipócrita se redime, despoja y tranquiliza todas nuestras conciencias. A la corrida no hay que despojarla de sus elementos sangrientos, porque la vida en sí es sangrienta y tiene esos elementos, a pesar que esta sociedad timorata quiera ignorarlos.

Señores, hay que crear afición.

González Viñas nos recuerda en sus escritos la evolución histórica de la afición taurina, pero no es menos cierto que a lo largo de los años se conserva que el mantenedor de la esencia en la plaza, el entendido de siempre, ha sido de escaso número frente a la gran masa de público mayoritariamente no muy entendido y de gran alternancia en los tendidos. Algo lógico y necesario si queremos ver al torero triunfar, pues dicho público amable y entusiasta facilitará el ascenso del diestro en la tarde, mientras que el aficionado entendido soportará el papel de juez para evitar desmadres creando un liderazgo espontáneo en el tendido en el que se encuentre. Con un porcentaje de un ochenta por ciento de gran publico y un veinte por ciento de aficionados evitaremos que la corrida se convierta en un juicio sumarísimo. Es obligado pensar de igual manera que sin el mínimo entendimiento cultural de la fiesta sería imposible entender las corridas de toros, por ello es clave lograr la transmisión de nuestra afición a las nuevas generaciones. Ahora bien las plazas donde pesan muchos los aficionados se vuelven inaguantables como es el caso de Madrid y al revés en las plazas donde no hay afición se convierte en una verbena, de ahí el eterno equilibrio y la necesidad de la tensión entre ambos grupos.

Por último me gustaría dedicar un minuto al toro a ese atleta, a esa maravillosa máquina de embestir. Es cierto que ahora estéticamente se torea mejor y que el toro ha tenido un crecimiento espectacular en su bravura. El toro del mañana es mucho mejor que el del presente y mucho mejor el del presente que el de ayer. Hay una mitificación del toro de lidia que es absurda. Si alguien tiene gran interés en visualizar las imágenes de los toros míticos de la historia, uno observará que eran muy mansos y que aguantaban muy pocos muletazos comparativamente con cualquiera que se desarrolle dentro de una faena de ahora. No nos engañemos, el toro de ahora resiste lo que no ha resistido ningún toro en la historia.

Falto de tiempo finalmente sólo me gustaría puntualizar que en esta constante renovación y reflexión que debe tener la fiesta, debería ahondarse quizás algo más, sobre el aspecto exterior que de ella tienen las mentes no taurinas. Son necesarias campañas de marketing de renovada imagen, el acceso a las cadenas de televisión, facilitar el acceso a la compra de entradas y evitar el debate antitaurino puesto que siempre se realizan desde una óptica acusadora sin exponer ningún argumento coherente, desde una falsa y vacía “modernidad” y “europeidad” sin nada detrás de esa fatua fachada.

Para terminar, tan sólo quisiera recordar el derecho a defender los fundamentos inviolables de una fiesta pura e integra que ha perdurado y perdurará siempre entre nosotros de manera, legal y libre, si nos lo proponemos, porque os recuerdo que la libertad no se negocia, sencillamente se ejerce.

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