jueves, 18 de junio de 2009

Expectación en la Plaza de Toledo

Por Aurelio Hernández
Fotografías: ©Dolores de Lara

Con la presencia del diestro de Galapagar, José Tomás, la ciudad de Toledo estuvo expectante. Por sus calles merodeaban gentes venidas desde distintos puntos de la geografía de España. Y es que el efecto José Tomás arrasa allá por donde va.
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El trasiego de aficionados que circulaban sin rumbo dentro de la plaza, ya empezada la corrida, causaron alteraciones en el ánimo de los que ya estaban acomodados en sus asientos viendo la corrida. La organización estuvo en todo momento desbordada por los acontecimientos y no supo ni pudo poner orden a tanto caos.
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Centrándonos meramente en la corrida, ésta estuvo condicionada por la cogida, en el primer toro, del diestro “El Fundi” que, al ser corneado por el morlaco, resultó herido de consideración, precisando su traslado urgente a la enfermería pese a sus intentos de querer seguir toreando. A José Tomás le tocó dar muerte, por la vía rápida, al toro de la ganadería Zalduendo, que mostró signos de cierta peligrosidad.
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Desde ese momento la corrida se convirtió en un mano a mano entre el diestro madrileño José Tomás y el toledano Eugenio de Mora.
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Recibió José Tomás a su toro en suerte con unas verónicas a pies juntos, imprecisas por la poca fijeza del animal, que desmereció la faena, rematando con una prolongada cordobesa.
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Después de un buen tercio de banderillas, José Tomás recogió, con soltura y decisión, la montera y se encaminó sin dilaciones al tendido donde se había ubicado la Asociación de Parapléjicos, a la que dedicó la muerte del toro y donó los beneficios de su participación.

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La expectación fue en aumento, la algarabía existente hasta ese momento, enmudeció. El torero, muleta en mano, con andares acompasados y decisión firme, se encaminó a fin de perfilar la faena. Junto al burladero citó al toro, al que recibió con unos sentidos muletazos estatuarios a dos manos que encendieron al graderío. Se llevó, seguidamente, el astado al centro del redondel, trató de meterlo en vereda a base de muletazos -intermitentes la mayoría de las veces-, baldía labor, un manso sin remisión. Puso empeño, tesón. Una gran estocada y los graderíos se llenaron con multitud de pañuelos blancos, pidiendo el apéndice del astado que finalmente se le concedió. Al quinto de la tarde, que toreo y templó, le perdió los trofeos, el estoque le fallo.
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El gran triunfador de la tarde fue Eugenio de Mora, el torero de la insigne figura: valeroso, clásico, elegante… Toreó con ambas manos, con temple y guardando las distancias con precisión. Su premio: oreja y dos orejas y salida por la Puerta Grande de la ciudad de Toledo, bañada por el río Tajo.

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